viernes, 21 de enero de 2011

LA MACARENA EN SU CLAUSURA

Como la guardamos en el corazón. Como la imaginamos cuando la invocamos desde lo profundo, para que ilumine con su nombre madrugadas de desdicha. Como la recordamos en la distancia. Como suena su nombre cuando lo pronunciamos los más suyos nombrando a quienes más quieren -la abuela Esperanza que inició una dinastía macarena, la tia Esperanza de Sagunto, la matriarca Esperanza que cada madrugada hacía la señal de la cruz sobre la frente de sus hijos nazarenos antes de que salieran hacía la basílica con las capas regiamente arrecogidas-. Como si nos hablara por el torno conventual que preserva su intimidad o se nos mostrara a travñes de la reha que separa al común de los mortales de esa clausura a la que sólo pueden acceder las Hermanas la Cruz, sus priostes y Pepe Garduño. Como la veíamos cuando nuestras madres nos hablaban de ella, y nos llevaban a ponerle velas en el candelero que estaba a sus pies, entre el altar mayor y el de la virgen del Rosario, y nos sostenían en brazos cuando pasaba en vuelo de música de Gámez Laserna ante la puerta norte del viejo mercado de la Encarnación. Como se nos aparece cuando decimos despacio las cuatro sílabas de luz que forman su nombre. Como debío verla Victoria Sanchéz la noche en que la Virgentuvo por altar, trono y paso su cama en la calle Escoberos, modesto Egipto en el que halló refugio de otros Herodes. Como debieron rezarle Antonio Román Vila y los suyos en el oratorio secreto de la calle Orfila. Como imagiinamos que la deben de ver aquellos por lo que se da la última levantá en la Basílica. Como imagino que la están viendo Antonio Saéz, que tan vien sabía que la eternidad cabe del Arco al atrio, y ese primitivo hermano que se jubiló de nazareno prometiéndose cumplir al año siguiente el sueño largamente acariciado de verla en los Altos Colegios, plena de fuerza, recién nacida a la Madrugada, sin saber que habría de cerla en presencia teal mucho antes.
Así la veremos esta mañana, sólo esta mñana, cuando se abran las puertas de la Basílica y se aparezca llenando su paso de ella, sola entre los varales, sola bajo el palio, sola sobre la peana, torre fortísima, arca de la Nueva Alianza en cuyo seno la Ley se hizo cuerpo, vara florida de Aarón, vaso de maná del cielo, sagrario que guardó por vez primera el cuerpo divino, mirando de frente la cuidad que le aguarda, temblando de impacioencia, desnuda de ofrendas, luz de si misma, sólo cubierta por el manto tejido con la red de Pedro y por la corona refundante que repute como un eco la realeza que su gesto y su cara proclaman.

"LA CIUDAD Y LOS DIAS"
ARTÍCULO DE OPINIÓN DE ABC (SEVILLA)
23 de Marzo de 2010

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